Las arrugas en las manos son caminos,
ojos hundidos en sal y gris de mar.
Como esos surcos de fuego en la piel.
El caballo pisa, y el pasto crece igual.
El resto es, vanidad histórica,
el vaho de un sexo triste trasnochado,
en los bajos de una casa vieja.
Tabaco amargo trasegado en la piel,
y cien años, con cien años más,
de infinita soledad.
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