El día se
ahoga en la ciénaga triste.
Limpia de sus nudillos callosos la sangre oscura de su madre, a la que mata a golpes.
Limpia de sus nudillos callosos la sangre oscura de su madre, a la que mata a golpes.
La piragua
encallada con su niña novia cruje en llamas a unos metros. No alcanza el
fuego a purificar la traición o la falta de lealtad.
Escapa con
los ojos anegados en lágrimas. Los soldados nunca encuentran al
desconocido que logra la mímesis correcta entre los fuegos fatuos y los
insectos roncos.
(Jamás
volvió a descansar en las temerosas noches, debido no tanto a las condiciones
arduas de las costumbres del fugitivo, si no a aquello que los demás hombres señalan
como conciencia.)
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