Está a
punto de quedar atrapado en esa escala entre la vigilia
y la narcosis. En el instante donde la conciencia se vuelve limbo,
purgatorio, siente a la muerte enroscarse en la cama. Su muerte, la que alguien
asigna exclusivamente para él. Su
respiración se agita y un terror profundo le aferra la garganta y le exprime el
aire del alma. Le arrebata el hálito de los que todavía no cruzan el río.
No hay
nada.
Una eternidad de nada, de vacío absoluto.
Una eternidad de nada, de vacío absoluto.
Con un
esfuerzo enfermo se arrastra atragantándose de insomnio.
Creyó
estar preparado y ahora se asombra del terror que le causa la experiencia.
Siente
el dolor de lo inexorable. No hay a que aferrarse y la poca fe que logra
arañar no le alcanza.
Su única pertenencia le es arrebatada.
El universo entero conspira, y le hace saber que la vida, su vida, tampoco es suya.
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