Hay un demonio más antiguo y más sutil que el tiempo. No tuvo nunca la
fortuna de tener forma de ángel. Antes
de que nada fuera, también Él era. Este demonio habita en mí y se alimenta de mi ser.
Me incita a recorrer abismos oscuros, inmensos. Me entrega a la desesperación
que transmuta en sombría locura.
Él cuestiona irónico si vale la pena seguir respirando. Él coquetea con
la idea del suicidio y del interrogante acerca de la inutilidad de vivir, como
lo planteara Camus…
Cuando logro al fin silenciarlo, dominarlo, una paz insondable me
llena de la gracia necesaria para intentar ser redimido.
Es cuando entiendo que al vasto amor hay que soltarlo.
Es cuando siento que necesitamos imperiosamente conectarnos.
Que además de acariciar pieles, requerimos acariciar almas.