jueves, 23 de noviembre de 2017

Setenta y cinco




    Treinta años estuvo ausente. Tenía cuarenta y cinco en ese entonces, y un hijo. Apenas se levantó esa mañana, dobló torpemente el único testigo de la existencia de su hijo. Un dibujo del uno y el otro montados en el lomo de una jirafa, frente a un manzano de tronco interminable con una sola fruta. Lo guardó en el bolsillo del saco roído.

Casi como una estocada siente el sol. Le exprime los ojos. Jadea negando el aire que se arrastra por la boca seca. Una lágrima gruesa se pierde en algún surco de la cara.
- Y qué. ¿Se va a quedar ahí?- Dice el guardia.- ¿No ve que lo estoy esperando? Camine viejo. Hasta la salida.
- Si señor, discúlpeme.- Carraspea.
- Tu puta madre.- El guardia escupe en el suelo.- Viejo estúpido.

Quisiera tener recuerdos del mundo afuera. Alguien que pudiera probar que existe, que es alguien; pero hace demasiado tiempo adivinó que la libertad del hombre es mitología. Adentro y afuera.

Parado en el andén agotado y arenoso, recuerda aquel rectángulo de cielo cobrizo, una ventana en la casa materna. Olfatea el olor salado de su pueblo frente al mar. Piensa en la desgracia, que siempre le mordió los pies. El rugido oxidado del metal lo devuelve al instante, justo a tiempo para sacrificarse al tren que pasa cargado de teléfonos y diarios, portafolios y personas, que se dirigen a la nada.





miércoles, 22 de noviembre de 2017

Noche polar




    Los presagios oscuros deshilachan el humo y adelgazan la música que suena en las viejas bocinas. El bar se recorta en el cielo crepuscular entre el caserío mínimo, que parece una boca abierta de dientes mellados y sucios.

- Voy al baño.- Dice la mujer.
El hombre la mira y no contesta. Ojeroso y revuelto en su silla se inclina cansado sobre su vaso.

- El aire está lleno de presagios, de desgracia.- Balbucea para sí.

Nadie, nadie sabe, piensa. Toda esta gente no sabe. Nieva y después ya no. A quien se le ocurre salir en una noche así, con este frío. Todavía hay que caminar dos kilómetros en la nieve. No estoy preparado para una noche así, para este frío. Son tantos años, y ahora ha dejado de nevar. Podría cruzarme con la aurora sobre el horizonte, con un oso, con una estrella inmensa. Aquí todo está demasiado lejos, demasiado azul. No es buen lugar para sentir miedo, para cruzarse con la desgracia. Mierda…El pescado me cayó mal. Esta vez la nieve y el frío no limpian el hedor y la náusea, el sabor agrio de mi boca y de mis tripas. Estoy demasiado lejos de todo para sentirme tan asqueado. No creo que esta mujer me pueda liberar hoy de esta inquietud. Debería bajar un par de kilos. Debería dejar de tomar así. ¿Pero qué más puedo hacer para embrutecerme, para matar el deseo? Preferiría estar en una habitación oscura, solo. Preferiría estar dormido. Dormir sin sueños pesados. Esos sueños peores que las pesadillas. Solo, más lejos todavía. Tal vez podría aceptar a esta mujer, pero a los pies de la cama. Nada me obliga. Tal vez las circunstancias me obligan. El problema es que ya no tengo ningún tipo de capacidad para socializar. Tal vez debería deshacerme en la aurora o enterrarme aquí mismo.

La mujer vuelve envuelta en humo. Piel ajada y sonrisa.
- ¿Vamos?- Dice la mujer.
- Vamos.- Dice el hombre.

Se levanta y camina pesadamente hacia la salida envolviéndose en su abrigo.
- Debería esperarla.- Piensa.- Pero no quiero, me da igual.-

El hombre camina un par de pasos delante de ella.

La noche vasta los engulle.





martes, 14 de noviembre de 2017

La Virtud




El mal nace de la flaqueza, del miedo, de la ignorancia.

Es necesaria una gran debilidad moral para que el mal aflore, siendo ésta, parte fundacional de la miseria humana. 
Sin embargo ha sido el mal, el más grande de los motores de lo que conocemos como evolución.

Todos los mundos coinciden en un espacio único que contiene a un único mundo.
Todos los sentidos son al final de cuentas un único sentido.

Pero hay demasiado ruido, demasiado caos. 

Todo esfuerzo debe llegar al punto en el que se encontraba aquel peregrino desdichado y arrasado de dolor, en absoluta soledad cobijado por montañas.

Con la plena seguridad de que todo puede pasar, de que todo es posible, descubre un estado de plena conciencia; y por vez primera, la ve surgir en su interior.

Libre de todo al fin elige no volver a esperar nada, de nada ni nadie, nunca más...





martes, 7 de noviembre de 2017

Desde el balcón




Cientos de muertos pasan todos los días paseando perros diminutos, nerviosos, apretados.
Pasean celulares, bolsas de mierda, impermeables, llaves gastadas, plástico.
A veces balbucean incoherencias con algún otro muerto, al que otro perro diminuto hace flotar como una cometa en el aire, escaso y viciado.

Y luego está ella. También pasea un perro diminuto. Es una mujer que parece resuelta pero triste. 
Sale en horas calurosas, donde desbarrancan las chicharras que vomitan un verano frío. Zapatos altos, pantalones ceñidos, maquillaje escaso. Pelo negro. La imagino infeliz y hastiada, aunque cobarde. 

Con gusto la invitaba a mi cama para tener sexo con ella. 
(Puedes soltar a tu perro diminuto, tal vez así deje de temblar por proximidad.)

Después quizás la haría llorar para despertarla de ese letargo al que suele llamar existencia.



miércoles, 1 de noviembre de 2017

Bruma




No se bien como aprovechar el aire sereno.
Hay cierta malignidad, cierta intención malsana en su tibieza.
El cielo plomizo me impone la certeza de que todo puede pasar.
Se trata apenas de un instante, de lo que creo saber y de abolir el deseo.
El pasado es un lujo que desprecio en cierta forma,
prefiero mirar el cielo abierto antes que cualquier ventana mezquina.

No veo el horizonte ahora, pero estoy vacío y me siento libre.

Desperdicio el instante.

Quizá sea la mejor forma de aprovecharlo.


( Qué otra cosa es un fantasma, si no una simple apariencia. )