martes, 7 de noviembre de 2017

Desde el balcón




Cientos de muertos pasan todos los días paseando perros diminutos, nerviosos, apretados.
Pasean celulares, bolsas de mierda, impermeables, llaves gastadas, plástico.
A veces balbucean incoherencias con algún otro muerto, al que otro perro diminuto hace flotar como una cometa en el aire, escaso y viciado.

Y luego está ella. También pasea un perro diminuto. Es una mujer que parece resuelta pero triste. 
Sale en horas calurosas, donde desbarrancan las chicharras que vomitan un verano frío. Zapatos altos, pantalones ceñidos, maquillaje escaso. Pelo negro. La imagino infeliz y hastiada, aunque cobarde. 

Con gusto la invitaba a mi cama para tener sexo con ella. 
(Puedes soltar a tu perro diminuto, tal vez así deje de temblar por proximidad.)

Después quizás la haría llorar para despertarla de ese letargo al que suele llamar existencia.



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