martes, 6 de febrero de 2024

Consuelo




Cuando uno se va poniendo viejo se vuelve más frágil. No me refiero a lo físico si no al alma. No es una fragilidad quebradiza, sino delicada, prístina. Nos devuelve a esa necesidad de cobijo de la primera infancia. Necesidad a la que solo mamá y papá pueden proveer. Un cobijo que no es únicamente físico, si no etéreo, "impalpable".

Es amor. 

Ese amor incondicional que se derrama en la cuna, que se custodia pluma por pluma y construyó al hombre que eres en este instante. 

Sin la cercanía física de papá y mamá, los recuerdos, los olores, la sangre, son ahora el inmenso consuelo del que se alimenta el alma. 

Se sabe entonces a ciencia cierta que se habrán de añorar esos afectos siempre. 

Es por ello que los viejos que bien han vivido tienen en sus ojos velados ese candor, ese brillo que la niñez tan amorosamente nos vuelve a prestar hacia el final.





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