Huele a tabaco, a alcohol húmedo, a sueños y tinta
verde.
Una guitarra cansada insiste entre cuerdas y párpados
pesados, como la vida que me arrastra en esta siesta imprecisa.
La voz ronca es dulce y desafinada, embrujo de cien
años de soledad en el mundo del hombre.
Tu mano tenue entre mis manos desiguales.
Se me antoja quedarnos así en penumbras, cautivos,
mientras siga lloviendo.
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