Dos lágrimas de hombre llora el niño en la llanura extensa.
Pega su cuerpo tembloroso al cuerpo del viejo.
El fuego miserable se dispersa en el viento
helado.
El viejo lo acaricia. Una caricia áspera.
– Respira – dice.
Le sonríe breve. Una sonrisa sin dientes.
– Silencia tu mente y escucha. –
Acomoda sus huesos más duros que la tierra yerma.
Más viejos.
– Nos rodean los milagros – dice. – Pero para sentirlos tienes que creer. –
Cierra los ojos. El niño suspira. Cansancio y
hambre.
Resisten así el atardecer y el desplome de la
noche inmensa.
El viejo casi invisible entreabre los ojos.
Mira al niño con un amor más vasto que el universo.
– Para ver estrellas fugaces, sólo tienes que mirar el cielo – dice.
– Para ver estrellas fugaces, sólo tienes que mirar el cielo – dice.
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