Al
principio la oscuridad era plena, sin orden. Las
lágrimas calientes, incesantes.
Ahogándose,
adivinó que eran congojas acumuladas a través de siglos.
Mientras
la ilusión del tiempo iba acomodando pesados estantes, sus pensamientos fueron
ordenándose.
El
primer espasmo de tristeza fue una interminable espiral de espacios vacíos,
recorridos una y otra vez.
La tristeza cedió en una melancolía brutal.
La tristeza cedió en una melancolía brutal.
Fue
entonces cuando empezó a imaginar destellos y transformó su aliento en palabras. Se animó más allá de los rincones y entendió que estaba sólo. Adquirió conciencia
del universo y lloró con el alma, por vez primera.
Todavía
espera, arropado en un capullo de paciencia. Espera tímido, pero cierto.
Espera
asomarse implacable y eterno, mientras teje la risa pura de su transformación
final.
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