…y olvidaron los ritos de ciénagas ancestrales y
extremidades de barro. Negaron la tarifa del barquero y el sabor a metal en la
lengua del muerto. Ignoraron el ulular de las jaurías y los cantos roncos de
los gallos, que invocaban al amanecer. Dejaron que los pendones se cubrieran de
enredaderas y de selva. Desconocieron las señales de los carroñeros volando en
círculos, y de los pájaros que topaban contra los cristales gruesos. Dejaron
extinguir los quinqués y las velas. Postergaron para siempre los mantras divinos.
Omitieron los nombres de sus antepasados, relegando el llanto caliente a muecas
vacías.
Los negocios, las frías aleaciones, la pompa forzada
y la costumbre, hicieron que esos
hombres abandonaran a sus muertos a una deriva privada del habla y del calor.
La muerte mientras tanto, se atareaba como nunca. Su
presencia se sentía en los túmulos, que se recortaban contra un cielo sin sol.
Solícita y ufana reía quedamente, mostrando su boca
ausente de aliento y de dientes…
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